Cuidados ecofeministas en Granada

El ecofeminismo es un término acuñado en 1974, cuando en el estado español las feministas mantenían una doble militancia en la clandestinidad durante la dictadura.  Justo ese año en Granada hubo una protesta encabezada por las vecinas de la Avenida Constitución para evitar la tala de los árboles. Y un par de años después, algunas de ellas formarían parte de la Asamblea de Mujeres de Granada.

En 1978 se creó la Coordinadora Estatal y al año siguiente se realizaron en Granada las Primeras Jornadas Feministas Estatales. El ecofeminismo como tal no tuvo una presencia destacada, aunque sus propuestas sobrevolaban los debates. Treinta años después, en las Jornadas Estatales celebradas en Granada en 2009, las propuestas ecofeministas sí estuvieron muy presentes, criticando el modelo productivo capitalista que alimenta el patriarcado y provoca la desigualdad entre géneros, clases, orígenes y orientaciones.

Encontramos prácticas ecofeministas realizadas por mujeres no familiarizadas con la teoría ecofeminista, pero sí concienciadas con la importancia de cuidar la tierra de manera sostenible y mantener una vida digna para todas. Hay ejemplos históricos de prácticas que hoy englobaríamos en el ecofeminismo, sobre todo en el ámbito rural y en regiones donde el modelo capitalista se implantó más tarde.

El ecofeminismo pone sobre la mesa la necesidad de equilibrar los sistemas de producción y reproducción, propone nuevos modelos de consumo basados en la soberanía alimentaria y en la economía solidaria, donde las mujeres han tenido y tienen un rol muy activo. Propone otros modelos de toma de decisiones y ritmos donde los cuidados se antepongan al siempre voraz mercado.

Cuando se habla de poner los cuidados en el centro, hay que aclarar que los cuidados no se realizan solo en la casa ni solo están asociados al ámbito familiar, los cuidados son necesarios en todas los ámbitos de la sociedad y son la base para que ésta sobreviva. Esto último es algo que desde Herstóricas intentamos destacar en todas las actividades que realizamos, cuando desmontamos mediante el debate colectivo la compleja dicotomía entre espacio público/privado, vinculado a lo productivo y lo reproductivo, donde tradicionalmente se ha asignado el espacio privado y las tareas reproductivas a las mujeres. 

Históricamente y en la actualidad las mujeres han desarrollado y desarrollan actividades de cuidados tanto en el espacio doméstico como en el exterior, categorías que preferimos usar frente a público o privado. En los diferentes espacios que encontramos en nuestro entorno hay que plantearse qué usos, qué tareas hay asociadas, quiénes las realizan y en qué condiciones, haciendo un análisis de género, de clase y sociocultural. 

Nuestra sociedad actual promueve el individualismo y los cuidados no se realizan en colectividad como sí sucedía hasta hace unas décadas tanto en el ámbito urbano como en el rural. Esto provoca una pérdida de calidad de las relaciones personales, del tejido vecinal y de la red de apoyo básica que las personas necesitamos para ser cuidadas.

Podemos observar esto cuando analizamos la tipología de las viviendas y cómo han ido cambiando de corralas a viviendas unifamiliares, del comercio de proximidad frente a las grandes superficies, cómo cuidamos a personas menores, mayores y dependiente y el impacto negativo del “monocultivo” del turismo y la hostelería, que son sectores muy feminizados y con precarias condiciones laborales…

Hablamos también de cómo nos condiciona a las mujeres el que se espere que asumamos los cuidados, qué ha supuesto eso para generaciones anteriores y cómo nos afecta actualmente. Y analizamos quiénes han realizado los cuidados a lo largo de la historia con perspectiva de clase, atendiendo a la precariedad histórica asociada a las mujeres cuidadoras, que aún persiste en pleno siglo XXI. En este punto los debates se suelen caldear al verbalizar los sentires.

Recorrido guiado por la Asociación Alhucema de Güéjar Sierra, 2019

Cuando realizamos proyectos comunitarios para recuperar la historia de las mujeres, tanto en Granada capital como en otros municipios de la provincia, siempre encontramos espacios comunes feminizados muy relacionados con los cuidados.

Por ejemplo, cuando analizamos la autogestión femenina histórica de los espacios con agua, encontramos cómo las mujeres hasta no hace mucho, han acudido a esos espacios para aprovisionarse y lavar ropa propia y ajena, pero también cómo han creado espacios seguros de socialización y colaboración, cómo han gestionado los ritmos y turnos, cómo han cuidado del entorno y del caudal y limpieza del agua.

Al hablar de referentes locales en los pueblos de Granada, son las matronas y maestras las figuras que suelen estar presentes en el cariño de las vecinas porque han cuidado a varias generaciones. También las mujeres asociadas a labores sanitarias.

Si hablamos del cuidado del entorno y del patrimonio cultural asociado, disfrutamos de plazas, calles y otros elementos primorosamente decorados con plantas, encalados, adornados… pero pocas veces nos planteamos quiénes están detrás de esos cuidados, quiénes riegan y cuidan las macetas, blanquean, limpian el cobre y la cerámica, barren más allá de su portal… ¿Quiénes realizan estos cuidados? Mujeres en su mayoría.

Por ejemplo, en Lanjarón, en la Plaza de Santa Ana, sí hay una placa que reconoce la labor de las vecinas, pero no es habitual que se valoren los cuidados que realizan estas mujeres y que toda la sociedad disfruta.

Plaza de Santa Ana, Lanjarón, 2019

Pensemos en algunos de los espacios más reconocidos de nuestra provincia, qué imagen nos viene a la cabeza si hablamos por ejemplo del barrio del Albaicín, de los pueblos de la Alpujarra, de Güéjar Sierra, Salobreña…?  Esa imagen que tenemos ahora en la cabeza se la debemos muy probablemente a sus vecinas. 

Las mujeres están detrás de la protección del entorno local y cuidan del patrimonio cultural material, tanto de manera informal como en su rol de trabajadoras de espacios culturales, un sector muy feminizado y precario. 

Izda: Geranio, blanqueo y artesanía de madera (Albaicín, 2019). Dcha: pilas donde las vecinas lavaban hasta hace unas décadas, reutilizadas como maceteros (Albaicín, 2019)

Y si hablamos de patrimonio cultural inmaterial, volvemos a encontrar un vínculo muy fuerte con las mujeres porque son las principales transmisoras de saberes tradicionales, recetas, canciones, oficios… además de ser habitualmente las que se encargan de mantener algunas tradiciones y fiestas populares, ya sea decorando, cocinando o actuando. Ver artículo sobre el Proyecto Albaicín 25

Los ritmos marcados por las tareas tradicionalmente realizadas por las mujeres en el entorno rural configuran un calendario alternativo que tiene en cuenta los ritmos de la naturaleza, de las cosechas y de las actividades que se asocian a cada estación. No es un calendario con el ritmo acelerado que marca la productividad capitalista, es un calendario en el que se aprovechan los elementos naturales y el clima respetando el entorno medioambiental.

Por ejemplo, las asociaciones de mujeres del municipio de Íllora compartieron el año pasado con nosotras cómo se organizan a lo largo del año para realizar las labores propias del campo siguiendo los ciclos naturales para sembrar, recolectar, abalear, podar… y cómo cada estación tiene sus tareas: hacer conservas, secar verduras, recoger hierbas medicinales, preparar aceitunas de agua y su aliño, lavar ropa de cama, hacer dulces típicos según la festividad de turno…

Los ritmos de trabajo son uno de los temas donde ponen el foco las propuestas ecofeministas, proponiendo que haya un equilibrio sano entre los cuidados de la vida y las tareas reproductivas, el trabajo y el tiempo de ocio. 

El diseño de nuestros barrios y municipios no tiene en cuenta la perspectiva de género  y desde el urbanismo feminista y el ecofeminismo se propone que se replanteen los parámetros que establecen la configuración de los espacios. 

Si pasamos a analizar los cuidados institucionales, nos encontramos que no se tienen en cuenta las necesidades de la población en general y de las mujeres en particular, a la hora de planificar los barrios y municipios, si nos fijamos en los desplazamientos que realizan las mujeres, en términos de movilidad hay que tener en cuenta las tareas que suelen realizar y en qué horarios.

La perspectiva de género tiene que estar integrada en los planes de urbanismo y movilidad para procurar dotar cada núcleo residencial de los equipamientos necesarios: centros educativos, centros de salud, espacios verdes, transporte, iluminación, centros culturales, etc

Encontramos numerosos ejemplos protagonizados por mujeres que han salido a la calle a manifestarse o han realizado campañas para mejorar sus condiciones de vida y solicitar equipamientos públicos de calidad, como las vecinas de la Virgencica en los años 60, las vecinas de la Avenida Constitución en los 70 para impedir la tala de árboles, las vecinas de la Chana para reivindicar espacios públicos como la Plaza de la Unidad, las de Santa Adela para reclamar una vivienda digna, las vecinas de Íllora para reclamar mejores accesos y transporte público, las del Albaicín para tener un centro de salud bien equipado… ejemplos cercanos de lucha colectiva para hacer nuestro entorno más amable y habitable.

También encontramos que son muchas mujeres las que participan activamente y están detrás de iniciativas agroecológicas y de comercio justo en toda la provincia.

En los movimientos sociales, la presencia de las mujeres es mucho mayor que en espacios institucionales y a muchas de nuestras vecinas les debemos las mejoras de nuestro entorno y que se mantenga una postura crítica frente a los organismos responsables. 

A nivel local en Granada, además de las asociaciones vecinales, contamos con Ajuntamientos Centro-Sagrario y Albaicín y con Realejo Habitable, colectivos que promueven medidas para la mejora de los barrios.

Este año, la pandemia ha mostrado cómo las redes vecinales de cuidados, donde las mujeres tienen un papel muy activo, han sido claves para organizarse al margen de las instituciones y ayudar a que las personas más vulnerables y dependientes pudieran tener sus necesidades básicas cubiertas. También hemos notado como la naturaleza y la salud de la ciudadanía ha agradecido que hubiera menos uso de vehículos contaminantes y de zonas masificadas por el turismo. 

El modelo productivo de la provincia de Granada genera desequilibrios y precariedad, algo que ya se daba antes de la pandemia y que ahora ha aumentado, afectando negativamente de manera más intensa a la población femenina, que suele tener trabajos peor remunerados, con mayor estacionalidad y donde hay que hacer malabares para conciliar la vida familiar y social.

Esto no es nuevo, ya se comentaba en los debates que surgen en los recorridos que realizamos y este año, en los pocos que hemos realizado tras la cuarentena, hemos notado cómo la población demanda un nuevo modelo para la provincia de Granada, un modelo que sea sostenible, equitativo, respetuoso con el medio ambiente y que ofrezca unas condiciones de vida dignas para sus habitantes, atendiendo en particular a la población femenina y a las necesidades de la población dependiente y vulnerable.

Echamos en falta que no se incide más en la corresponsabilidad, observamos que no se valoran los cuidados como se merecen y que desde los centros educativos y las instituciones es necesario promover roles cuidadores y relaciones afectivas sanas y positivas.