Aunque el término travestismo, fue definido por el sexólogo alemán Magnus Hirschfeld en 1910, en el contexto teatral ya se usaban términos similares desde mediados del siglo XVII con el significado de disfrazarse.
La moral sexual es la que condicionaba los roles y temáticas permitidas. Por ejemplo, en el contexto español las mujeres fueron autorizadas a actuar a partir de 1587. Pero con dos condiciones: la primera era que las actrices estuviesen casadas y fueran acompañadas de sus cónyuges; la segunda condición era que siempre actuasen con hábitos de mujer.
Pese a ello, el disfraz varonil era tan popular que un cuarto de las obras de Lope de Vega tenían al menos un personaje femenino que se travestía.
La historiadora Lola Gómez distingue cuatro arquetipos de personajes femeninos «disfrazados de hombre»: la heroína que se une al ejército; la que se hace pasar por hombre para desempeñar algún oficio y las enamoradas que se ven obligadas a guerrear o porque necesitan viajar para seguir al galán.
Las autoras también tuvieron que adaptarse a estas convenciones, pero observamos que usan el lenguaje para ridiculizar algunas prácticas masculinas, o ese código del honor que sólo podían defender los hombres. Incluso para hablar de otras formas de ser hombre y de ser mujer.
Si hablamos de travestismo masculino las tornas cambian, porque solía reservarse al teatro breve con fines cómicos. Cuando el hombre se vestía de mujer, estaba siendo grotesco. Las obras cómicas permitían cuestionar estas prohibiciones y normas sociales de forma más segura.
Para hablar de disidencias en el Antiguo Régimen contamos con Juan Pedro Navarro Martínez, historiador y profesor del departamento de Historia Moderna en la Universidad de Murcia. Su investigación gira en torno a la Historia Socio-Cultural, el género y la teoría queer, en particular el análisis de las subculturas sodomíticas (como fórmula proto-identitaria) y de las masculinidades en la modernidad.

Juan Pedro comentó que en espacios no normativos como la escena teatral sí se permitía transgredir roles. Un ejemplo de ello fue Juan Rana, uno de los actores más famosos, que estuvo más de 50 años sobre el escenario. Fue arrestado en 1636 por sodomía pero gracias a sus contactos consiguió salir. Se escribieron más de 50 entremeses especialmente para que los interpretase él, y en muchos de ellos se aprovechaba su sexualidad fuera del escenario para crear situaciones particulares en escena.
Encontramos también a otras actrices que llevaban lo transgresor más allá de las tablas, como la comedianta Bárbara Coronel que usaba normalmente atuendo masculino y montaba a caballo allá por donde fuera como el jinete más habilidoso.
Fuera del contexto teatral, el travestismo se vivía de una forma muy diferente. Para la población masculina, travestirse suponía bajar en la escala social y en la mayoría de los casos responde a una necesidad identitaria; para la población femenina, aunque para algunas fuera una expresión de su identidad de género, fue más a menudo una estrategia de supervivencia, ya que hacerlo les permitía acceder a un oficio masculinizado, participar en la vida militar, acceder a la universidad, casarse con una mujer o deambular por el espacio público con mayor seguridad.
Hemos repasado las complejas vidas de dos personajes barrocos: Céspedes y Erauso.
La historia de Céspedes nos ha llegado a través de un proceso inquisitorial de más de 300 páginas, por lo que hemos contado con Israel Burshatin, profesor emérito de Literatura Española y Comparada en el Haverford College de Pennsylvania, que analizó el proceso en 1999 en un capítulo del libro Queer Iberia.

«Céspedes, Elena, alias Eleno. Natural de Alhama, esclava y después libre, casó con un hombre y tuvo un hijo. Desaparecido y muerto su marido se vistió de hombre y estuvo en la Guerra de los Moriscos de Granada; se examinó de cirujano y se casó con una mujer. Fue presa en Ocaña y llevada a la Inquisición donde se le acusa y condena por desprecio al matrimonio y por tener pacto con el Demonio.»
Proceso Inquisitorial

En 2009 el equipo Cabello Carceller realizó el proyecto A/O Caso Céspedes, que analizaba cuestiones de género y sexualidades transgénero; también reflexiones en torno a la esclavitud y la raza en la construcción identitaria española durante la etapa colonial, así como la violencia que acompañó las conquistas y la esclavización de los moriscos del reino de Granada.

Con Erauso su vida nos ha llegado a través de su propio relato en primera persona en “Vida y sucesos de la Monja Alférez”. Os recomendamos la edición comentada de Miguel Martínez, quien ha compartido algunas reflexiones sobre este violento y contradictorio personaje.

Tanto Céspedes como Erauso representaron el ideal de masculinidad colonial de la época, ejerciendo la violencia asociada a los roles masculinos. Aunque fueron personas oprimidas en origen, luego oprimieron desde las categorías que adoptaron: Céspedes participó en la Guerra de las Alpujarras atacando a la población morisca y Erauso participó en la masacre de la población mapuche.
El trato tan diferente que recibieron por parte de las instituciones se debe principalmente a su conducta sexual. La castidad de Erauso fue premiada frente a la sexualidad activa de Céspedes, que fue reprimida y penada.
Para quienes quieran seguir profundizando en el tema os recomendamos:
- Bravo-Villasante, Carmen – La mujer vestida de hombre en el teatro español
- Cabello Carceller – A/O Céspedes
- Gonzalez, Lola – La mujer vestida de hombre. Aproximación a una revisión del tópico a la luz de la práctica escénica
- Navarro Martínez, Juan Pedro – La primera dama era hombre perfecto
- Queer Iberia: Sexualities, Cultures, and Crossings from the Middle Ages to the Renaissance (1999)